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Instrucciones para terminar las cosas

Podría decirse que para terminar una cosa, como condición primera, ésta tiene que haber empezado. Sin embargo, hay cosas, muchas cosas, que empiezan antes de que efectivamente empiecen y que, por tanto, también se pueden terminar. Hay cosas pensadas, cosas dichas, que a los ojos del día no existen, no se tocan, no se huelen, no ocupan espacio, entonces, en el sentido corriente, no se las juzgaría como cosas. Transitan por otro lado. Y si son pensadas, y si son dichas, también ocupan un espacio aunque no se toquen, aunque no se huelan. El espacio que ocupan es de otra índole, un espacio imposible de hallarle contornos, desde el estómago hasta el insomnio, desde el desasosiego hasta la resignación. Este tipo de cosas son especialmente difíciles de terminar porque no se pueden echar, ni romper, ni desarmar, ni matar, ni soltar, son otro tipo de cosas.

Ahora bien, si usted quiere terminar una cosa, cualquiera sea, tiene que saber que hay modos diferentes y complejos de terminar las cosas. Uno de ellos consiste en hacerlo a sangre fría, en cortar por lo sano, en dar un portazo y cargar esa voluntad con el dolor de las vísceras, usar las balas que acumuló durante largo o corto tiempo y que rebalsan de tenor, cerrar los ojos y despreciar el efecto. Desde luego que este modo de terminar las cosas requiere de un convencimiento reforzado porque, después de ejecutado, quedará usted con el arma vacía, con la voluntad aflojada, y una convicción no necesariamente vigente. Si buscaba que lo abrupto deje a la cosa sobre el filo, quizás lo logre; si buscaba que el golpe seco rompa más fácil a la cosa, quizás lo logre; si buscaba que descargar todas las balas tuerce la supervivencia de la cosa, quizás lo logre. Pero, no confíe tanto en su voluntad, ni en sus vísceras, ni en la puntería con la que dispara. La fuerza del instante es también la fragilidad de lo duradero.

Más allá de lo súbito, a contrapelo de lo fulminante, existe otro método para terminar las cosas. A sorbos es posible terminar las cosas. Aquí el fin se aloja, quien sabe desde cuándo, en algún sitio. Está sellado, como en el piso de la panza, en alerta de activación. Tenerlo alojado genera una ilusión de resguardo, así como saber el final de una ficción, como si, ciertamente, ese final nos dejase a salvo de algo, como si cuando irrumpe no se tratase de otro final. La extinción en estos casos ya aparece narrada entonces los hechos van acomodándose a ella, cualquiera sea la forma que adquieran se ubican en una serie dada y aunque la razón se empeñe por aislarlos, los hechos están ahí para confirmar lo ya escrito. Este mecanismo para terminar las cosas ofrece suavizar el final a costa de empañar a la cosa misma que nunca fue la cosa en sí, si no la cosa para ser terminada. Siempre fue otra cosa.

Hay, además, una manera inventada de terminar las cosas. Una manera que tiene que ver con sentenciarles el fin, ponerles un límite irremediable y hacer que terminen aun cuando, de hecho, no estén terminadas. Se trata de un artificio, de una conclusión antinatura, al margen del proceso propio de terminar una cosa. Se trata de ponerle una hora a las cosas, de hacerlas terminar, forzarlas al precipicio. Usted puede haber terminado la cosa mucho antes de la hora indicada o puede no haberlo hecho y que la hora se lo imponga. Es entregarle el fin a la norma, es evitarse el trabajo de poner un término, dárselo a otro, como cuando uno no se anima a terminar la cosa.

Además, los motivos para terminar las cosas son infinitos. Usted puede terminar una cosa por apuro, por impaciencia y por cansancio. Puede terminarla por desgano y por excitación, por tener de menos o tener de más. Puede, igualmente, terminar la cosa porque ya no es capaz de continuarla, por impotencia, por querer demasiado a la cosa, por no ser digno de tenerla, de sostenerla, y la termina, y se la saca de encima, y se quita un peso, alivia el sostén. Puede terminar la cosa por agobio, por su insipiencia, por su tradición, puede terminarla por convención o por anomia. Puede terminar la cosa para empezar otra, por promiscuidad, por incapacidad para seguir la cosa, para construirla mejor, por aburrimiento de la cosa o de usted con la cosa que es, en verdad, el verdadero aburrimiento. Y cree que así se le va a quitar, iniciando otra cosa para buscar la forma de terminar esa otra cosa.

Sea cual fuere la manera en que lo haga, sea cual fuere el motivo por el que lo haga, cuando usted termina una cosa debe, antes que nada, no creerse que la está terminando. No se haga dueño, sepa de una vez que su soberanía es breve, que la cosa se termina por todo lo que hizo y a pesar de eso, que la cosa se termina y usted no lo sabe, se terminó y usted no lo sabía, se está terminando. Pero, la humildad a la que el fin lo llama, la imposibilidad de hacerlo o detenerlo, no lo quita a usted de todo lo que hizo, no lo escribe a usted en todos los lugares donde faltó, por eso le va a pesar, por eso aun en lo irremediable será culpable, por eso aun sobre lo grabado estará arrodillado.

Le van a decir que corresponde prepararse para terminar las cosas, tomar aire, armar la escena, vestir el acto. Le van a decir que hay mejores formas para terminar las cosas, que es preferible mostrarse aséptico, poner distancia, asegurarse la jugada y aparentar ileso. Le van a decir que no, que es mejor terminar las cosas arremangado, con el sudor cayendo, trabajoso, como parte de un proceso del que todavía no salió. Le van a decir que no le ponga palabras, que la cosa está terminada y es conveniente que las palabras se pongan solas, que a cuentagotas se ubique lo que debe ubicarse. Le van a decir que sea rápido, que hay que terminar las cosas en un plazo y salir corriendo, que no alargue. Le van a decir que sirva a la cosa, que configure un dolor gozoso, que suelte de a poco, que vaya aflojando el apriete.

Le digan lo que le digan usted tendrá que terminar la cosa, poner el punto, apretar la tecla, quedarse sin palabras, llenarse de palabras. Pero sepa, más allá de todo, que después de terminar la cosa tendrá que apoyar la mano en el picaporte, tendrá que cerrar la puerta y apoyar, otra vez, la mano en el picaporte. Y váyase a tomar, y quédese a tomar, y váyase de viaje, y quédese arropado, y váyase con otra cosa, y quédese pensando la cosa, y váyase atrás de la cosa, y quédese debajo de la cosa.

Y sepa, pero sépalo bien, que después de terminar la cosa, la cosa no estará terminada. Incluso esto que está terminando, no lo daría por ya terminado. 

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