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Hermana, soltá la panza

Llega el verano y con este, las esperadas vacaciones. Ya sea por el año escolar, por las largas jornadas laborales o en el trabajo diario del hogar, todxs aguardamos esta fecha para poder disfrutar un poco del tiempo libre. Lxs afortunadxs se van algún lugar de veraneo, la Costa Atlántica, Patagonia o el hermoso Norte Argentino. Este año uno de los destinos más elegidos por los argentinos son las paradisiacas playas de Brasil. Desde los 90 que no veo un boom tan explosivo como el que vivimos este verano.

En mi caso, como todos los años, me gusta terminar cada ciclo en Mar de Las Pampas. Se volvió una tradición familiar. Siempre me llamaron la atención las personas que veranean en el mismo lugar. De adolescente no lo entendía, me resultaba aburrido. Claro, era una edad de absoluta curiosidad. Hoy, con los años, esta rutina de ir siempre al mismo lugar me gusta mucho. Quizás tenga que ver con la gente de Mar De Las Pampas, con las costumbres que fuimos generando con los años: el cafecito de las mañanas con Pablo, las compras en el mercadito de Mujica, las caminatas por las enormes playas, la siesta, el tejo, los mates en los médanos al atardecer, y por la noche, ducha y salir a comer las exquisitas pastas de Amorinda, la chernia con risotto de Nido Bistró o la pizza con mortadela de Mujica. Eso es lo que yo llamo unas vacaciones perfectas. Amo esa rutina, soy feliz disfrutando de las pequeñas cosas.

Sin embargo, no todo es color de rosa, donde quieras que elijas disfrutar, quizás te enfrentes a los mismos fantasmas que yo. Ponerse el traje de baño de dos piezas y encarar la playa, por ejemplo, es un tema recurrente en el verano. Lo hemos hablado aquí. A pesar de reconocerme como una persona trans feminista y con toda la información que me llegó en estos años y la deconstrucción que intento hacer cotidianamente, me cuesta sacarme los prejuicios sobre los estándares de belleza hegemónicos establecidos culturalmente. Siento la necesidad de contarlo porque por primera vez en varios años me puse un traje de baño de dos piezas.

No se imaginan todo lo que pasó por mi cabeza mientras me miraba en el espejo. Primero, quiero decir que muchas veces nosotras somos nuestras peores enemigas. Tiene que ver con la información que nos meten desde que tenemos uso de razón sobre nuestros cuerpos. ¿Por qué a pesar de toda la racionalización y comprensión de estas dinámicas no podemos ser libres de verdad? Y les juro que lo intento. Acabo de terminar el libro de Lala Pasquinelli, La estafa de la femineidad y me doy cuenta de que hago un trabajo enorme, pero siento que se me mezclan dos cuestiones importantes: una, que soy una persona trans que toda su vida validó su femineidad con los valores culturales establecidos. Comprendo todas las preguntas que plantea en libro, pero era tan fuerte el deseo de vivir como una mujer, que normalicé muchas de las conductas nocivas para nosotras.

A casi todas mis amigas o mujeres que conozco no les gusta la imagen que les devuelve el espejo y estoy casi segura de que si me preguntan por alguna de ellas diría que las veo estupendas. Lo loco de todo esto es que la mayoría tienen unos cuerpazos, en general no son impresiones vinculadas con el sobrepeso. Todas, en mayor o menor medida, tenemos complejos debido a las cosas que nos marcaron o señalaron cuando éramos niñas. ¿Es por la mirada ajena? ¡Sí! ¿Por las cosas que nos decían las personas que debían cuidarnos cuando crecíamos? ¡También! Las frases suelen ser recurrentes. Estás muy flaca. ¡Qué rellenita! ¡No comas pan, ese cuerpo tiene mucha harina! Con esas piernas no usaría minifalda. ¡Qué feos brazos, qué gordos! Sos muy blanca, ¿por qué no tomás sol antes de ponerte pollera? ¡Vi monoambientes más chicos que esos pozos en tus piernas! Y podría seguir, porque son infinitas las causas de por qué no podemos disfrutar de nuestros cuerpos. Es importante tomar conciencia, para no dañar a las nuevas generaciones.

 Cuando decimos “no se habla de los cuerpos” es por todo esto. Así se construyen los fantasmas y las inseguridades: quizás hasta que no te lo señaló una persona que querías, ni te detenías en pensar en eso.

Trabajo en un medio que les exige a las mujeres verse de determinada manera y quienes no entran en los estándares de belleza suelen ser criticadas. Muchas veces las censuras más frecuentes provienen de otras mujeres. No es fácil, sé que es más difícil para nosotras, las mayores. Veo a las chicas a la noche, por Palermo o en Costanera, con los atuendos más osados y una diversidad de cuerpos maravillosa, pero la industria de la belleza y la femineidad no quiere perder futuras consumidoras y nos batalla con artillería pesada. Desde hace un tiempo pusieron el ojo en las infancias: son innumerables los videos que vemos en redes sociales de niñas sexualizadas, mostrando los skin care y la necesidad de cuidar la piel con la creencia de que la felicidad está en ser una mujer linda para que el príncipe azul las rescate. No pasan los 10 años y en lugar de estar jugando, ya se preocupan por consumir cosas que no necesitan. ¿Qué pensamos hacer frente a esto? ¿Mirar para otro lado? Para quienes preguntan para qué sirve el feminismo, acá esta la respuesta. Para buscar la libertad.

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